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Pablo Arévalo, a un mes…

1 de septiembre , 2022 - 7:07:am

Por estas horas se cumple el primer mes de su partida, parece increíble.

Pablo (22) era el más chico de la familia de Indalecio y Mariela, 7 años lo separaban de Matías, su hermano mayor, quien no puede entender esa gran ausencia resumida en el despertar, en el almuerzo, en el trabajo y en los sillones listos para disfrutar el fútbol de siempre, la emoción y sus bromas.

Se fue, apenas iniciado el mes del niño. Nadie advirtió que ese largo Domingo de Julio, «luego del tradicional asadito», cuando acabara la siesta y promediara la noche, en la madrugada de Agosto, Pablo ya no volvería. Hasta Tito el guardián no se despega de la reja, la vigilia del matrimonio atento a la llegada del regalón de todos se vuelve un letargo » fuimos a buscarlo, no contestaba …»

A las 7:00 el parte oficial de la policía daba las primeras precisiones de una madrugada de desesperación absoluta, frente a lo irremediable. Frente a la despedida abrupta de todos.

«Lo cuidé siempre, lo cuidé de todo» dice el Tata, que aún no logra superar la partida de sus dos hermanos, la ausencia de su madre y la muerte de Pablo.

Ya no está, ya no vuelve a casa, no verá a Vélez en el partido del miércoles. Todo el hogar está triste aunque su huella latente. Su idea manifiesta en la pintura, en los detalles, en los diseños de los nuevos espacios para las juntadas, coma aquella cuando cumplió 18, «la casa se llenó de risas, de amigos de todas latitudes y edades. Aun se escucha su parte en todo momento y la presencia se hace recuerdo en la caja de las fotos que se niegan ser vistas por tanto dolor que no cesa, que no encuentra límites, que solo reclama tiempo, por ahora infinito.

Pablo era el encargado de transportar a la cuadrilla de albañiles. Entre andamios, cucharas y baldes, el desayuno llegaba. Era no solo el momento del mate, sino del encuentro de almas que ensayaban vínculos a través de las bromas, la enseñanza sincera, las miradas y las inconfundibles risotadas, allí trascendía la relación de padre e hijos, propios y allegados al Tata, allí estaba Pablo; en la mesa del encuentro y la reunión, la anécdota y la hoy desesperación ante la ausencia incomprensible del más joven. ¡Por qué Dios, por qué; no hice daño a nadie? Dice el grito ausente, desesperado y sin casi voz del Tata pidiendo explicaciones al otro Tata. Mariela en los rincones se abraza a los recuerdos y saca fuerzas para sostener lo que queda.

¿A dónde va un hijo cuando muere? Pregunta sin respuestas en ningún lado, ni en la luz ni en la sombra y en nadie. Se habla de resignación como la posibilidad de poner otros signos en la mente que ayuden a construir otras posibilidades, pero todo se resiste, todo es hostil, miradas turbias, agobiadas, ojos con úlceras; sueño que no repara …

En el barrio Salvador Sur, los vecinos no dejan de percibir, sentir y llorar a ese «niño, tan servicial, atento, cálido, dispuesto a colaborar siempre» Su delgada figura, el quiebre de cintura, la pelota callejera, el jugar , el bullicio, la alegría.

Todo habla de Pablo, todos hablan de Pablo, personas así se vuelven intangibles, y aunque lastiman sus ausencias , nos alientan a no dejar la camiseta, a extender la mano, a correr juntos, a ganarle al tiempo, a levantar la copa, a enamorarnos de la vida y su frágil cualidad.

Pablo el más pequeño, en su pecho marcó el nombre de sus padres como ganándole al destino la pulseada más inteligente, piel y alma se tejieron en un instante para consolidar lo eterno frente al abismo de la incertidumbre, de la distancia del Adiós eterno…dijo «Míos para Siempre».